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El fuego desde el aire: «Siempre rezo y le pido a Dios poder volver»

Uno de los pilotos que combate incendios en la provincia habló con época y comentó detalles de una de las profesiones más peligrosas del mundo. Hasta ayer persistían focos ígneos de menor intensidad en Ituzaingó, Mercedes y San Luis del Palmar. Para hoy se prevén lluvias.

La lucha contra los incendios se realiza por tierra y aire en toda la provincia. A los más de 1.000 bomberos voluntarios, distribuidos en 47 cuarteles, este año se sumaron siete aviones hidrantes, dos de ellos contratados por el Gobierno de la provincia con base en Cañada Quiroz (Riachuelo) y Estancia «El Oscuro» (Curuzú Cuatiá).

Gerardo Juárez (46) es uno de los pilotos que desde el 2 de enero combate el fuego en campos y forestaciones. Hasta la fecha, acumula 30 horas de vuelo, lo que se traduce en un promedio de entre 15 y 20 salidas en una jornada. Tras concluir ayer la vigilancia de focos ígneos activos en la zona del Portal Cambyretá, habló con época y narró cómo es el trabajo de los pilotos que día a día arriesgan sus vidas en cada maniobra.

Las tareas comienzan bien temprano y se extiende hasta la caída del sol. «Estamos todo el día en la pista esperando que nos llamen para salir. Muchas veces dormimos en el lugar que nos agarra la noche, arriba del avión o del vehículo de apoyo. Y hay días que hasta nos salteamos el almuerzo y sólo tomamos unos mates», comentó el hombre que sofoca incendios forestales desde 2011.

Él aprendió a pilotar en Córdoba, su provincia natal, pero su primer «bautismo de fuego» sobre incendios se dio en Corrientes. «También tengo experiencia en Misiones, Catamarca, Bariloche y Buenos Aires, pero sobre todo en el Litoral», destacó. El 2021 trabajó con más intensidad en Rosario y en los cerros catamarqueños.

Una profesión de riesgo

Juárez remarcó que el trabajo de los pilotos de aviones hidrantes es muy riesgoso, ya que generalmente tienen que salir en condiciones que jamás lo harían otros aeroplanos. «Nunca trabajando en incendios vamos a tener las mejores condiciones para volar. Siempre hay mucho viento, poca presión atmosférica y altas temperaturas», enumeró entre los problemas más habituales.

En su caso, maneja un Dromader de origen polaco, que tiene una capacidad de descarga de 2.500 litros de agua. «Un avión cargado pierde eficiencia en las alas y se debe exigir más todos sus componentes. Además, todos tienen un límite estructural para las intensidades del viento de frente y cruzado. Con mucho viento se vuelve muy difícil maniobrar», describió.

diario Época

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