Tesoros de excombatiente
Pocos días antes de entrar en combate, el soldado Alejandro González logró enviar una carta a su familia que estaba en Bella Vista. Su madre se la devolvió al fallecer. «Les pido toda la tranquilidad y tengan fe», les escribió de puño y letra desde las trincheras.

La familia siempre presente, acompañándolos con el recuerdo cercano en los momentos más oscuros. Así vivieron los excombatientes las horas más duras en Malvinas. Quedan esas escenas grabadas en sus mentes, aunque en muchos casos se materializan a través de objetos simples, resguardados como tesoros de valor sentimental incalculable.
En el caso de Alejandro González, es una carta que le escribió a su mamá, pocas semanas antes de iniciarse la guerra. «Les decía algunas cosas para que se tranquilicen. Si decía todo lo que pasamos, el hambre, el frío, etcétera, no iban a enviarla, ¿no?», planteó el exsoldados al recordar esos momentos, 43 años después de la guerra.
Ese par de hojas de cuaderno amarillentas por el tiempo y marcadas fuertemente por esos duros trazos de la birome azul que utilizó, fueron compartidas en la entrevista.
«Sara González. Barrio Sta. Margarita. San Luis 1430. Bella Vista (Ctes.)», se lee en el sobre bastante bien conservado. En el anverso: «Cabo González Alejandro. Colonia de soldados. Compañía C RI4. Islas Malvinas».
La carta, fechada el miércoles 19 de mayo de 1982, vuelca todo sentimiento, generado en un entorno de trincheras y alta tensión por la inminente guerra. No era para menos: tal vez era lo último que el soldado decía a su familia.
Y así escribió Alejandro González:
«Querida Mamá y familia:

Hoy tengo la oportunidad de escribirles estas pocas líneas para hacerles saber de mí.
Yo querida familia, ando bien y les pido que todos ustedes se queden tranquillos.
Yo les pido que me escriban muy pronto, ya sea un telegrama o una carta para hacerme saber de ustedes y todo lo que pasa por ahí. No le pude escribir antes porque no tenía la oportunidad. Ante todo, que recen por todos nosotros. Y Liliana, Rosa y Juan que se porten bien y sigan estudiando y trabajando.
Plata no se preocupen, si me quieren hacer un regalo cuando me voy, bien, o sino, compren algo para la casa.
Querida mamá y familia les pido toda, toda la tranquilidad y tengan fe.
Avíselen a papá y tía Alicia. Saludos a Gladis y Sandra».
Luego de un par de párrafos más con una serie de saludos a conocidos y familiares, llega la despedida. Más emoción en cada letra dibujada:
«Un beso muy grande para vos mamita y todos mis hermanos, y que todos se ayuden como siempre. Eso es todo lo que les pido.

(…) No sabemos cuándo vamos a ir. Ustedes tienen que calcular más o menos, escuchen radios.
Solo les pido que se queden tranquilos y les pidamos a Dios, yo desde aquí y ustedes desde donde están, que todo pase pronto.
Chau querida familia, un abrazo y un beso fuerte.
Chau.
Cabo González Alejandro».
Vuelta a casa
Pasó la guerra y el combatiente correntino volvió junto a sus pares al continente. Su familia no sabía nada hasta ese momento. Desde Puerto Madryn logró conseguir un teléfono en una casa de una familia y pudo llamar a unos vecinos y pedirles que le avise a su mamá que él estaba bien y pronto iría a su casa.
Fue uno de los primeros en volver al regimiento de Monte Caseros, por eso tuvo tiempo de aceptar la invitación de un oficial de Bella Vista que viajaba a su localidad y tenía lugar en el auto. «Llegamos a Bella Vista y me fui rápido para mi casa. Eran casi la 1 del mediodía y estaba mi vieja cocinando. Golpeo las manos y espero. Ella sale, me mira y no me reconoce: es que estaba vestido de combate, porque no había nadie en el regimiento y me vine con esa ropa. Recién cuando se acercó bien a la puerta me conoció: fue un momento inolvidable», recordó emocionado.
«Estuve dos días y luego volví al regimiento con este oficial. Poco tiempo después ya vine de baja. Llegué a casa al mediodía, pero ya todo desolado, amargado en un sentido, sobre todo diciéndome de quién me prendo, cómo vuelvo a comenzar», resaltó.
«Entonces, me contuve solo nomás, con el apoyo de mi vieja. Estuve seis meses allí y decidí volver a Corrientes a trabajar y seguir la secundaria», contó y agregó: «Nunca tuve un chequeo médico o psicológico de contención. Hace un año me hicieron unos estudios a través del Centro de Excombatientes y el Cardiológico, algo que en realidad deberíamos habernos hecho hace 40 años».
«A mi regreso de la guerra, finalmente me vine a instalar a Capital y empecé a buscar laburo. Mi viejo (separado de la madre hacía años) fue el que me dio una gran mano al contactarme con una persona que me permitió hablar directo para ingresar a la Municipalidad (Alejandro fue inspector de Comercio y se jubiló al cumplir 30 años de servicio, con 50 años de edad). «Fuimos tres los excombatientes que ingresamos ese mismo año 82. Después entraron otra tanta numerosa unos años después», aclaró.
«En la escuela -en tanto-, sabían que estuve en Malvinas y mis compañeros me ayudaron mucho a ponerme al día», valoró.
La familia
«A los 21 ó 22 años me casé y tuve tres hijas: Sandra Cecilia, María Alejandra y María José. Además, tengo cinco nietos: una mujer y cuatro varones», enumeró Alejandro, quien luego tendría un segundo matrimonio.
«Mis hijas no preguntaban mucho de Malvinas. Hoy, mis nietos son más curiosos: preguntan de todo», indicó un abuelo contento, sabiendo del legado que está dejando.
Hace un año González volvió a las islas como parte del contingente ayudado y financiado por el Gobierno provincial para cumplir con ese acto de curar heridas de guerra. «Estuve como anestesiado, no podía creer lo que viví al volver a Malvinas. Encontrarme con la realidad, porque todo lo anterior me parecía como un sueño, una pesadilla; pero todo fue cierto», describió.
La guerra fue tan enormemente real. «El momento más emotivo de aquel viaje de nuevo a las islas fue el poder rendirle homenaje a nuestros camaradas caídos. Ellos serán una molestia eterna para los ingleses. Ellos están cuidando las Malvinas», remarcó.
«¿Creés que todo el sacrificio que hicieron fue reconocido realmente?», fue la pregunta final en la charla. El excombatiente respondió sin dudarlo: «Ahora recién hay reconocimiento, a más de 40 años de la guerra. Estos viajes de regreso a las islas son una muestra de ese reconocimiento. Cuando volvimos de la guerra en el 82 fue un arréglate como podés». Pero ya está pasamos, sobrevivimos seguimos combatiendo», concluyó.

Por Gustavo Lescano
D. ÉPOCA
