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domingo, abril 27, 2025
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El profundo deshago en Darwin: lágrimas y rosarios para los héroes

EL EMOTIVO INGRESO AL CEMENTERIO DE DARWIN. SANADOR MOMENTO.

Primera estación en el itinerario sanador

Pasado el shock inicial de volver a pisar Malvinas a 43 años de la guerra, la comitiva de excombatientes correntinos comenzó sus siete días en las islas con la visita al cementerio argentino ubicado sobre una colina. Enorme emoción al homenajear a sus camaradas caídos.

Desde temprano en la mañana, el bullicio en la zona de confitería del Malvina House Hotel evidenciaba lo especial de la jornada para la delegación de excombatientes correntinos, sus pares del Chaco y de la provincia de Buenos Aires. «A desayunar fuerte, muchachos, que el día será largo», dice «Coqui» Flores mientras se sirve un puñado de porotos en suave salsa, junto con unos hongos y croquetas de pollo, complementado con unos huevos revueltos.

Es Domingo de Ramos y el grupo está ansioso de nuevo. No es para menos: inicia su santa semana en busca de sanación y también de resurrección.

Después del suculento desayuno que incluyó café con leche, medialunas y sándwich de jamón y queso, por ejemplo, retiramos nuestra vianda de almuerzo en el camino (otro sándwich, una fruta, chocolate y una botellita de agua). Es que saldremos a las 8:30 y regresaremos a eso de las 17. Todo el día afuera, abrazando a Malvinas.

«Buen día, buen día, cómo están, muchachosss», saluda Mauricio, parado sobre la puerta de su micro blanco con vivos azul y rojo. No deja de aplaudir con sus enguantadas manos, tiritando en la mañana gris y algo ventosa. Hace frío, pero no tanto como nos habían dicho. También es cierto que nos pusimos de todo en ropa: desde camiseta y pantalones térmicos, pasando por camisa de franela y el más grueso de los pulóveres que llevamos. Hasta coronarnos con abultadas camperas y salvadores gorros de lana.

MIÑO, EN PLENO PROCESO DE DESAHOGO, AL PIE DE LA CRUZ MAYOR EN DARWIN.

Subimos al colectivo y el ambiente es de suma expectativa, ya que vamos al cementerio de Darwin, la primera estación de este itinerario sanador.

Pocos hablan. Van mirando el paisaje y sacan fotos aquí y allá. Todos sentimos algo, pero tratamos de contenerlo.

Vamos rondado suave por una ruta parejita y sobre el carril izquierdo. Servando Sánchez, de Esquina, arma dupla con Ramón Sandoval, de Curuzú Cuatiá. Una especie de Batman y Robin de lucha contra el olvido y en defensa de la causa Malvinas.

Son callados, pero conversadores apenas les lanzo un tema cualquiera.

Ambos son gente criada en la zona rural; buenos jinetes, saben de los oficios campestres y son felices padres y abuelos actuales.

Detrás de ellos, el que más habla es Héctor Alfonzo, de Capital. Va con una campera roja que luego se robaría todas las cámaras por su atracción visual. Este hombre canoso, que lleva su negro gorro de lana al estilo del entrenador de Rocky Balboa, da instrucciones como el personaje de la película, que por cierto se parece bastante. Y por momentos, este hombre bonachón manda un par de bromas que descomprimen un poco el viaje.

Pasamos por la base militar y seguimos camino. Llegamos a una zona de ruta de ripio y ahí hasta toparnos con una obra vial que justo nos impide pasar con el micro. Vehículos menores pudieron, pero nosotros, imposible, pese a las maniobras milimétricas que ensayó Mauricio.

Bajamos, entonces, y llegaremos caminando al cementerio ubicado en la cima de la colina. Pero para ello habrá que transitar a pie al menos 800 metros por el camino de piedritas grises y blancas. «Vamo’, vamo’ que llegamoooo, muchachosss», anima Vargas, el de la boina de paisano, en plena última subidita.

Al llegar hasta el pie de la colina divisamos el campo santo. Impacta ver ese puñado de cruces blancas perfectamente en fila y con una enorme cruz mayor en el fondo. Todo contenido por un cerco de madera pintado del mismo color.

Hasta ese momento seguía el gris plomizo sobre nuestras cabezas, pero de repente el viento sopló más fuerte, las nubes se corrieron rápido y apareció el sol. Brillante media mañana para lo que vinimos a hacer: rendir homenaje a los caídos y empezar el camino de sanación de esos combatientes eternos.

En celeste y blanco

Vamos llegando con el ruidito de nuestros pasos sobre las piedritas del sendero que lleva a la puerta de acceso al cementerio. Allí está parado un hombre con la bandera argentina atada a su cuello y llevada como capa. Está con un par más y hay una camioneta detrás de él. Habían terminado de visitar el lugar y nos vieron venir. Nos saludan. Son de Buenos Aires.

Frente a una especie de minitranquera que hace de puerta principal, nos agrupamos. Varios sacaron sus banderas argentinas con inscripciones de su centro de excombatiente y/o localidad de origen. Algunos tratan de ingresar siguiendo un ansioso impulso. Pero se frenan. Sacamos una primera foto grupal, embanderados, y luego ingresamos todos juntos.

Saucedo y Pintos, los primeros con bandera extendida y a la altura del pecho. Los siguen Vargas y Rubén Ovidio Fernández, de Lavalle. Este último, un silencioso integrante de la comitiva que pronto se soltará aliviado en su interior y terminará siendo uno de los animadores del grupo. Un cambio profundo, particularmente después de Darwin y de haber encontrado su posición de combate en lo alto del monte Harriet.

También entran emocionados José Benítez (Ituzaingó), de tupida barba blanca y gentil comportamiento con sus camaradas, junto con el santotomeño Aldávez.

En tanto, el sanluiseño Eustaquio Encinas va callado como todo este tiempo, mirando una a una las lápidas. Detrás de él hace lo propio el goyano Delio Antonio González.

Agustín Romero, de la localidad de El Sombrero, pero radicado en Capital, se cruza con Julio Raúl Palacios, de Paso de los Libres, pero se miran, se saludan y sigue cada uno su camino dentro del cementerio.

En la parte de atrás, frente a la enorme imagen de la Virgen de Luján saca fotos Antoniazzi, siempre en silencio.

Los seis excombatientes chaqueños se suman a sus pares y rinden homenaje en un par de lápidas identificadas. Lo mismo que los cuatro de Escobar, provincia de Buenos Aires.

Dolor de padre y camarada

Entre las cruces blancas estaban todos, menos Miño. Con su bastón a cuestas se había quedado con mirada supertriste en el micro. Los 800 metros de ripio en subida y bajada eran más que dificultosos para su lento y doloroso caminar.

«Chau, chau… Me quedo, nomás, Gustavo. Vendremos después de nuevo», había alcanzado a decirme mientras yo bajaba del colectivo. Junto a él, en la primera fila de asientos, estaba «Coqui», calmándolo.

Sin embargo, algo (o alguien) ayudó para que los tres embanderados de Buenos Aires que encontramos al llegar al cementerio, se ofrecieran a traer a Miño con su camioneta. Con dificultades, apoyado en el bastón de un lado y de «Coqui» del otro, Guillermo entró algo encorvado, pero rápidamente tomó fuerzas, levantó su cabeza y esforzándose llegó hasta la lápida de su camarada caído al que venía a rendir homenaje.

Después se sentó, extendió sus piernas, se apoyó más de costado y lloró y lloró. Fue el desahogo más profundo que vimos en Darwin. Fue un alivio doble para Miño. Es que no hace mucho falleció uno de sus hijos, el segundo, «todo un artista», tal como lo describió. Para él también fue el esfuerzo y homenaje.

«Los dos ahora están juntos allá arriba», me dijo sollozando y contenido con un fuerte abrazo de su camarada «Coqui».

Duelo profundo


En ese instante, al pie de la cruz mayor, Aldávez se filma y relata en primera persona lo que siente. Luego me contaría que lo hace para una escuelita de su zona, en Garaví. Junto con una maestra del lugar están malvinizando y lo vivido en las islas será eje de nuevos contenidos para los niños y niñas.

Detrás del santotomeño, Alfonzo muestra unos cinco rosarios de distintos colores y revela que es una promesa que le hizo a una comunidad parroquial. «Lo estoy cumpliendo, lo estoy cumpliendo», me dice con lágrimas en los ojos mientras le tomo fotografías.

«Llorá, hermano, descargate»


En el cementerio parece no haber tiempo. Es como estar en un presente continuo que solo tiene un salto a 1982. El sol se va de golpe y las nubes grises y el viento cruzado bajan la térmica. Se hace difícil tener el teléfono con guantes y más sin ellos, porque se congelan los dedos. Con Juan Ferragud, mi compañero de audiovisual, resistimos a mano firme. Vamos y venimos entre las cruces blancas y escenas conmovedoras. Imposible no derramar una lágrima con lo que hace y dice Miño. Menos con el quiebre de Aldávez y ni hablar de Alfonzo.

Es que el cementerio de Darwin fue puro deshago y el comienzo del proceso de sanación. Después vendrían las visitas a diversos sectores que fueron puestos de combate en el 82. Pero esa sería la siguiente fase en el doloroso camino para cerrar heridas del alma.

Los malvineros de Escobar e Ibáñez

Desde la localidad de Escobar, provincia de Buenos Aires, se sumaron al contingente Claudio Reinaldo Sánchez, Alejandro Alberto Ceballos, Marcelino Claudio De León y el condecorado José Raúl Ibáñez.

Este último nació en Corrientes, más específicamente en Pueblo Libertador. Es miembro de la Prefectura Naval Argentina y el 22 de mayo de 1982, ostentando la jerarquía de cabo primero, repelió un ataque aéreo con una ametralladora del barco derribando una aeronave.

Por esta acción de guerra fue merecedor de la más alta condecoración militar otorgada por la República Argentina: la Cruz al Heroico Valor en Combate.

En el caso de Claudio, vivió una experiencia única al recorrer el mismo trayecto que hizo en el 82 a campo abierto llevando pertrechos. Alejandro hizo lo propio al llegar a su puesto de combate.

Tenerlo a Ibáñez en al comitiva fue un tremendo lujo malvinero.

La comitiva de San Bernardo: la experiencia chaqueña y un sueño cumplido a Jorge Luis

Junto con los 20 excombatientes correntinos viajaron en esta ocasión seis excombatientes de la localidad de San Bernardo, Chaco. Todos formaron parte de regimiento con asiento en Corrientes, que combatieron en Malvinas.

Viajaron Ramón Cuevas, quien estuvo en el RI N°4 de Monte Caseros; Ramón Ricardo Cardozo nació en Villa Angela y vive en San Bernardo y estuvo en el RI N°5 de Paso de los Libres; Avelino Ibáñez, quien perteneció también al RI N°4 de Monte Caseros; Carlos Ramírez del RI N°12 de Mercedes; al igual que Osvaldo Farkas.

También viajó Aidé Benítez, viuda del excombatiente Jorge Luis Galeano, también de San Bernardo. Ella viajó en lugar de su marido, quien falleció el año pasado. «Fui a Malvinas a cumplir el propósito que él tenía y en esos siete días pude cumplirlo. Realmente fue sueño cumplido», dijo muy emocionada en Darwin.

Por Gustavo Lescano

D. Época

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