Por Silvana M. Molina
“Bueno, ¿qué más?”, le dijo fríamente a la joven que tenía delante. Como si supiera que las omisiones nerviosas de la Otra le robaban el deleite de la ventaja. “No sé qué más quiere saber”, la increpó, harta de los giros del intercambio. “Sus ojos, su expresión, ¿qué hizo después?”. Atónita por la pregunta, la muchacha se frotó las manos. Temía que una sola palabra pudiera ser artífice de un destino trágico.

-No sé qué decirle.
-Solo busco la verdad.
Y esa frase le recorrió el cuerpo como si se hubiera sumergido en agua helada. Se mantuvo en silencio un instante… Parecía que ese interrogatorio no fuera una coincidencia del azar. Quiso huir, pero ¿a dónde iría? Quiso pedir ayuda, pero ¿quién la escucharía en ese lugar sombrío que se mantenía con candado por las noches? Recordó una oración, y la balbuceó entre dientes, como dándose ánimos. Miraba al cielo, tratando de encontrar al dios cristiano, salvador de almas. “¿La verdad? Usted sabe cuál es”, la interpeló con sus últimas fuerzas. Elizabeth Bathory dibujó una sonrisa de satisfacción en su pálido rostro. La tomó con fuerza. Y se apropió de su vida, la joven y pujante vida de una mujer de 20 años. Trató de no quedarse con el último aliento, representado en ese momento en el que el alma se separa del cuerpo. Sabía que el dolor de cabeza no se le quitaría con nada. Por eso la dejó que agonizara, mientras observaba sus gestos. Ya había realizado esta empresa monstruosa hace 400 años. No perdió su maestría, pero se vio obligada a adaptarse a la nueva época, por lo tanto, cambió sus artilugios. Es que en el siglo XXI son muchas las mujeres que buscan la juventud eterna. Ella no es la única. Incluso, existen empresas de cosméticos que persuaden con más éxito. Por eso, la competencia es cruenta. Aunque, a diferencia de Elizabeth, toman los cuerpos, los plastifican en nombre de la eternidad, se quedan con su alma, y llenan sus bolsillos de oro. “Sí que es un mundo oscuro este”, se dice a sí misma mientras se acomoda prolijamente el cabello y la ropa desarreglada durante el forcejeo. “Una tiene que hacer de todo por un poco de juventud, ¿pero mentir alevosamente? Eso es demasiado. Ya no quedan escrúpulos. ¡Qué horror!”. Y su silueta se pierde en la bruma de aquella noche sin estrellas. Incluso en ella, que ha cometido crímenes impensados, queda un poco de humanidad. Este mundo es peor que aquel por el cual caminaba bajo el sol, antes de ser quien es: la fiel heredera de un legendario conde empalador cuya leyenda llega hasta nuestros días.
