ADIÓS A UN GRANDE
César Luis Menotti, «el Flaco» romántico, es una de ellas, y más apropiado que el hablar de su muerte corpórea, lo será el cuento de su paso a la inmortalidad.

Hablar de una vida perpetua mientras se procesa un duelo suena, cuando menos, extraño; casi contradictorio. Pero hay personas cuya esencia se mantiene en el mundo que habitaron, porque han logrado dejar en él una marca imborrable. Por supuesto, son unas pocas; o, para ser más precisos, son unas pocas quienes lo hacen a una escala tan grande.
Para el tránsito tan rápido que tenemos en este mundo, no sería justo contemplarlo todo desde el mero acto en el que lo abandonamos; menos que menos, cuando nos referimos a un caso así de particular, tan paradigmático en lo que significa el fútbol, la cultura y la forma de vivir que tenemos en Argentina. Es el caso de Menotti, que en los tres campos nombrados ha podido acentuar su firma. Su legado nace en un terreno, a priori, insignificante. Es que, en definitiva, la figura del «Flaco» se enmarca solo desde lo deportivo, en los límites que posee un juego reglado, como lo es el fútbol. Pero sería un error, una falta muy grande a la verdad, considerar que Menotti, que su persona, se circunscribe solo a lo que sucedió, sucede y sucederá dentro de una cancha.

En principio, porque lo que hay en juego en un partido muchas veces va más allá del mismo. Desde montos económicos exorbitantes que rayan el absurdo; desde pasiones descomunales que amigan hasta a los antagonistas más radicales, o que separan frondosos vínculos tejidos por años y años; hasta ideas ilustradas, formas de ver el camino humano, filosofías existenciales y maneras de observar el universo, todo ello tiende a desembocar en una disputa entre «once tuyos» y «once míos». A sabiendas de lo anterior, hay que animarse a ser actor en semejante escenario; y ni digo a personificar un papel protagonista. Bueno, Menotti no solo que lo hizo, sino que se encargó de orquestar una de las más grandes obras de arte jamás vistas por nuestro pueblo, en tiempos donde la tristeza, la censura y el dolor dominaban las calles argentinas. Su intención nunca fue la de mezclar el ambiente miserable de la política con el fútbolcosa que ha dicho en varias ocasiones, y por ello hay que concederle la voluntad: su juego jamás tuvo rasgos partidarios de ningún tipo. La propuesta de Menotti no era partidaria, sino revolucionaria.
Sería debido a una epopeya en el «Huracán de los 70» que Menotti llegaría a la selección argentina, no sin ciertos cuestionamientos; críticas que, inclusive, empeoraron en extensión y profundidad durante el mundial 78. Es en este punto donde la historia muestra su costado más irónico, puesto que en la dictadura más mortífera que padeció nuestro país, era un hombre idealista el encargado de llevar color y alegría a la rutina de cada argentino. No era un tipo de gris, no era alguien alineado al régimen ni alguien dispuesto a vincular su selección a los intereses oscuros de los gobernantes. Por el contrario, Menotti sabía que su equipo no representaba al Proceso de Reorganización Nacional. Su equipo representaba a los argentinos.
Y con esa idea pulcramente conservada en su cabeza, condujo su empresa hasta la última instancia: el famoso partido contra Holanda. El 3 a 1 definitivo, los papeles dispersos por el estadio, el grito del «Matador», los siniestros festejando una victoria que no les pertenecía. Imágenes, todas ellas, que reflejan lo que fue la consagración de Argentina en el mundial. Nuestro primer mundial, la alegría futbolera más grande, en el momento nacional más doloroso.
Juan Pablo Pigliacampo – Colaboración.
DIARIO ÉPOCA
