Epifanía del Señor QUE SIEMPRE NOS PREGUNTEMOS :
¿DÓNDE ESTÁ LA ESTRELLA?
Según la tradición, los Sabios de Oriente eran hombres estudiosos de los astros, escrutadores del cielo, en un contexto cultural y de creencias que atribuía a las estrellas un significado y un influjo sobre las vicisitudes humanas. Representan, en las religiones y filosofías del mundo entero, a los hombres y a las mujeres en busca de Dios; una búsqueda que no acaba nunca.
Hombres y mujeres en búsqueda. Los Sabios nos indican el camino que debemos recorrer en nuestra vida. Ellos buscaban la Luz verdadera: «Lumen requirunt lumine», dice el himno litúrgico de la Epifanía, refiriéndose, precisamente, a la experiencia de los Magos; “Lumen requirunt lumine”.
Siguiendo una luz, ellos buscan la luz. Iban en busca de Dios. Cuando vieron el signo de la estrella, lo interpretaron y se pusieron en camino, hicieron un largo viaje. El Espíritu Santo es el que los llamó e impulsó a ponerse en camino, y en este camino tendrá lugar también su encuentro personal con el Dios verdadero. En su camino Melchor, Gastar y Baltazar encuentran muchas dificultades. Cuando llegan a Jerusalén, van al palacio del rey, porque consideran algo natural que el nuevo rey nazca en el palacio real. Allí pierden de vista la estrella.
¡Cuántas veces se pierde la vista de la estrella! Y se encuentra una tentación, puesta ahí por el diablo; es el engaño de Herodes. El rey Herodes muestra interés por el niño, pero no para adorarlo, sino para eliminarlo. Herodes es un hombre de poder, que sólo consigue ver en el otro a un rival. Y, en el fondo, también considera a Dios como un rival; más aun, como el rival más peligroso.
En el palacio, los Magos atraviesan un momento de oscuridad, de desolación, que consiguen superar gracias a la moción del Espíritu Santo, que les habla mediante las profecías de la Sagrada Escritura. Éstas indican que el Mesías nacerá en Belén, la ciudad de David. En este momento, retoman el camino y vuelven a ver la estrella. El evangelista apunta que experimentaron una inmensa alegría, una verdadera consolación. Llegados a Belén, encontraron al niño con María, su madre.
Después de lo ocurrido en Jerusalén, ésta será para ellos la segunda gran tentación: rechazar esta pequeñez. Y, sin embargo: «cayendo de rodillas, lo adoraron», ofreciéndole sus dones preciosos y simbólicos. La gracia del Espíritu Santo es la que siempre los ayuda… Guiados por el Espíritu, reconocen que los criterios de Dios son muy distintos a los de los hombres; que Dios no se manifiesta en la potencia de este mundo, sino que nos habla en la humildad de Su amor. ¿El amor de Dios es grande? ¡Sí! Pero el amor de Dios es humilde, ¡muy humilde! De ese modo, los Magos son modelos de conversión a la verdadera fe, porque dieron más crédito a la bondad de Dios que al aparente esplendor del poder. […]
Pidamos al Señor que nos conceda vivir el mismo camino de conversión que vivieron los Sabios. Que nos defienda y nos libre de las tentaciones que oscurecen la estrella. Que tengamos siempre la inquietud de preguntarnos, ¿dónde está la estrella?, cuando, en medio de los engaños mundanos, la hayamos perdido de vista. Que aprendamos a conocer, siempre, de nuevo, el misterio de Dios; que no nos escandalicemos de la señal, de la indicación, aquella señal dicha por los Ángeles: «Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 12), y que tengamos la humildad de pedir a la Madre, a nuestra Madre, que nos lo muestre. Que encontremos el valor de liberarnos de nuestras ilusiones, de nuestras presunciones, de “nuestras luces”, y que busquemos este valor en la humildad de la fe y así encontremos la Luz, Lumen, como han hecho los Santos Reyes. Que podamos entrar en el misterio. Que así sea. Papa Francisco.